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Urania, la Musa Celeste
URANIA

PRIMERA PARTE
LA MUSA DEL CIELO

III. INFINITA VARIEDAD DE SERES - DIFERENTES METAMORFOSIS


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[Data de Fuente & Traducción]


*** Transcurrió largo tiempo desde que dejamos atrás el sistema tricolor en nuestro vuelo. Pasamos cerca de un gran número de mundos muy diferentes de mi hogar terrestre. Algunos de ellos me parecieron estar completamente cubiertos con agua, y poblados por seres acuáticos; otros, poblados solamente por plantas. Pasamos cerca de muchos de ellos. ¡Qué inimaginable variedad!

*** En uno entre ellos, todos los habitantes me parecieron especialmente hermosos. Urania me informó que su organización es completamente diferente de la de las criaturas de la Tierra, y que en esos planetas el ser humano percibe las operaciones físico-químicas que tienen lugar para el mantenimiento del cuerpo. En nuestro organismo terrestre, por ejemplo, no vemos cómo se asimila el alimento que se toma; cómo la sangre, los tejidos y los huesos se renuevan; todas estas funciones son automáticamente realizadas sin que los sentidos las perciban. Así es que sufrimos miles de dolencias cuyo origen está oculto, y a menudo indescubrible. Así el ser humano [de tal orbe] siente las operaciones de las fuerzas vitales como nosotros sentimos placer o dolor. De cada molécula del cuerpo, por decirlo así, parte un nervio que transmite al cerebro las varias impresiones que recibe. Si el hombre terrestre estuviera dotado con un sistema nervioso similar, podría ver -volviendo su mirada al interior, por medio de sus nervios- cómo el alimento se transforma en quilo, éste en sangre, y la sangre en carne, músculos, nervios, etc.; él se contemplaría a sí mismo. Pero estamos lejos de esto, al ser obstaculizado el centro vital de nuestras percepciones por los muchos nervios de los lóbulos del cerebro y el tálamo óptico.

*** En otra esfera que pasamos durante la noche, es decir, por su hemisferio nocturno, los habitantes están formados de tal manera que son luminosos, que brillan como si alguna emanación fosforescente irradiara de esta extraña fuente de luz. Una reunión nocturna compuesta de un gran número de personas, presenta una apariencia verdaderamente fantástica, porque tanto la luz como el color de los ojos, cambia de acuerdo con las diversas pasiones por las cuales ellas están animadas. Adicionalmente, el poder de estas miradas es tal que ejercen una influencia tanto eléctrica como magnética de intensidad variable y, en ciertos casos, fatal, provocando que la víctima en quien se fijan con suficiente concentración, caiga muerta.

*** Un poco más allá mi guía celeste me señaló un mundo cuyos habitantes gozan de una facultad invalorable; el alma tiene el poder de pasar a otro cuerpo sin experimentar la muerte, que es a menudo desagradable y siempre triste. Un sabio que ha pasado toda su vida laborando para la instrucción de la humanidad, y que ve su fin aproximarse sin ser capaz de completar sus nobles tareas, puede cambiar su cuerpo por el de un hombre joven y empezar una vida nueva, todavía más útil que la anterior. Para efectuar esta transmigración todo lo que se necesita es el consentimiento del joven y el tratamiento magnético por un médico competente. Uno también ve, en ocasiones, a dos seres unidos por los lazos de un fuerte y dulce afecto, efectuar un cambio similar de cuerpo después de varios años de unión; el alma del esposo viene a residir en el cuerpo de la esposa y viceversa, por el resto de su existencia. La experiencia íntima de vida se vuelve incomparablemente más completa para cada uno de ellos. También vemos sabios, historiadores por ejemplo, que deseosos de vivir dos centurias en vez de una, se conectan ellos mismos en el sueño ficticio de una hibernación artificial, que suspende la animación en ellos por la mitad de cada año, o incluso más. Algunos tienen éxito en prolongar su vida de esta manera a dos veces la extensión de la vida normal de un centenario.

*** Unos pocos segundos más tarde, pasando a través de otro sistema, encontramos otra especie de seres completamente diferente e incontestablemente superior a nosotros. Con los habitantes del planeta que en ese momento tuvimos bajo nuestros ojos, un mundo iluminado por un sol brillante, hidrogenizado, no es necesario que el pensamiento sea vertido en palabras para hacerse inteligible. ¿Cuán a menudo nos ocurre cuando alguna idea brillante o ingeniosa visita nuestra mente, encontrarla disipada, desvanecida, oscurecida, o completamente cambiada antes de que hayamos sido capaces de expresarla por escrito o discursivamente? Los habitantes de este planeta tienen un sexto sentido, que podría ser llamado autotelegráfico, en virtud del cual, si el pensador no se opone, el pensamiento transpira, y puede ser leído por un órgano que muy aproximadamente toma el lugar de nuestra frente. Estas conversaciones silenciosas son a menudo las más profundas y las más preciosas; siempre son las más sinceras.

*** Estamos cándidamente dispuestos a creer que la organización humana, como es en la Tierra, no deja nada que desear. Pero, ¿acaso nunca hemos lamentado ser obligados a escuchar contra nuestra voluntad palabras desagradables, un discurso absurdo, un sermón inflado, mala música, difamación, o escándalo? Es en vano para los filósofos pretender que podemos cerrar nuestros oídos a tales sonidos. Infelizmente éste no es el caso. Vd. no puede cerrar sus oídos como puede cerrar sus ojos. Aquí entonces hay un obstáculo. Yo me sorprendí mucho de ver un planeta donde la Naturaleza no se había olvidado de atender a este detalle. Cuando nos detuvimos allí por un instante Urania me señaló que las orejas de estos seres se cerraban como párpados. "Aquí", dijo, "hay menos querellas enojosas que en tu planeta, pero las disensiones políticas son mucho más amargas, cuando las partes contendientes cierran sus oídos efectivamente a los argumentos del lado opuesto, a pesar de los esfuerzos de los abogados más elocuentes para hacerlos oír".

*** En otro mundo, donde el fósforo juega una parte importante, donde la atmósfera está siempre cargada con electricidad cuando la temperatura es muy alta, y cuyos habitantes apenas han encontrado necesario crear ropa, ciertas pasiones se manifiestan por la iluminación de una parte del cuerpo. Aquí tiene lugar, a gran escala, lo que a pequeña pasa en nuestra Tierra, cuando, en una apacible noche de verano vemos a las luciérnagas encendidas silenciosamente con una llama amorosa. Es curioso mirar la apariencia de estas luminosas parejas en las noches en las grandes ciudades. El color de la fosforescencia difiere de acuerdo al sexo, y su intensidad varía de acuerdo con la edad y el temperamento. El sexo más severo arde con una llama roja, más o menos brillante, y el más gentil con una llama azulada, a veces pálida y apacible. Sólo nuestras luciérnagas podrían formar alguna idea, rudimentaria por cierto, de la naturaleza de los sentimientos de estos seres peculiares. No podía creer a mis ojos cuando pasamos por la atmósfera de este planeta; pero yo estuve todavía más sorprendido al llegar al satélite de este singular mundo. Era una luna solitaria en los cielos, en la cual reinaba un perpetuo crepúsculo. Ante nosotros se encontraba un sombrío valle. De los árboles, creciendo en uno u otro lado de este valle, estaban suspendidos seres humanos envueltos en mortajas. Ellos mismos se habían sujetado a las ramas por los cabellos y dormían allí en medio del silencio más profundo. Lo que yo había tomado por mortajas era un tejido formado por la prolongación de su desteñido y atestado cabello. Cuando yo mostré sorpresa por tal situación, Urania me dijo que ésta era su manera de disponer de los muertos y esperar una resurrección. Sí, en este mundo los habitantes disfrutan la facultad poseída por esos insectos que tienen el poder de caer dormidos en el estado de crisálida para emerger de éste cual aladas mariposas. Aquí hay, por decirlo así, una segunda etapa de ser, y aquellos en la primera etapa, la más baja y más material, aspiran sólo a morir a fin de que puedan venir a la vida de nuevo por una gloriosa metamorfosis. Cada año en este mundo es igual a aproximadamente doscientos años terrestres. Sus habitantes pasan dos tercios del año en la más baja condición, el tercio restante - el invierno - en el estado de crisálida, y en la siguiente primavera, aquellos que están colgados a los árboles sienten la vida insensiblemente retornando a su transformada carne. Ellos se mueven, despiertan, dejan sus mechones de cabello colgando del árbol, del cual se desprenden por sí mismos maravillosos seres alados, y vuelan en las regiones aéreas, para vivir otro año Fenicio - es decir, doscientos de nuestros años terrestres.

*** Recorrimos así un gran número de sistemas planetarios, y me pareció que toda la eternidad no sería lo suficientemente extensa para permitirme disfrutar completamente el espectáculo de todas estas creaciones desconocidas a la Tierra; pero mi guía apenas me dejó el tiempo para ser consciente de este sentimiento, y proseguimos visitando nuevos soles y nuevos mundos. Habíamos casi establecido contacto en nuestro viaje con muchos cometas transparentes, los cuales pasaban como un respiro de un sistema a otro, y más de una vez sentí el deseo de hacer una pausa en maravillosos planetas, con verdosos paisajes, de los cuales los habitantes habrían sido nuevos sujetos para estudio. La Musa celeste, sin embargo, incansable, me arrastraba siempre más alto, siempre más lejos, hasta que al final llegamos a lo que parecía ser las afueras del Universo. Los soles se volvieron más raros, menos luminosos, más pálidos. Las noches se hicieron más oscuras entre las estrellas, y pronto nos encontramos en el seno de un verdadero desierto las miríadas de estrellas que constituyen el Universo visible desde la Tierra, habiendo retirado de vista, reducidas a una diminuta vía láctea, aislada en el vacío infinito.

*** "Aquí estamos finalmente", exclamé, "en el supremo límite de la Creación".

*** "¡Contempla!" respondió ella, señalando al cenit.

 

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Camille Flammarion

Camille Flammarion
(1842 - 1925)

Camille Flammarion (1842-1925), astrónomo francés conocido por su talento para popularizar la astronomía. En 1862 fue expulsado del Observatorio de París por Urbain Le Verrier después de que publicara su obra La pluralidad de los mundos habitados. Esto no impidió a Flammarion continuar sus observaciones. En 1879 publicó su manual de astronomía popular, que tuvo un inmenso éxito. Entretanto trabajó como calculador en la Oficina de Longitudes; sus capacidades en materia de astronomía fueron muy reconocidas. En 1883 hizo construir un observatorio en el municipio de Juvisy-sur-Orge, donde se instaló y continuó sus investigaciones hasta su muerte. Realizó numerosas observaciones de los planetas del Sistema Solar y en 1887 fundó la Sociedad Astronómica de Francia.

Fuente de la presente cita onomástica: "Camille Flammarion." Microsoft ® Encarta ® 2007. [CD] Microsoft Corporation, 2006.


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