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MINISTERIO DE SANACIÓN
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San Martín de Porras

Fray Martín de Porres O.P.
[¿Cómo curaba Fray Martín?]*

IX

Autor: Antonio García Figar, O.P.

***En la curación de las enfermedades, Fray Martín disponía de varios recursos, todos ellos eficaces. Era el primero la oración. A los enfermos graves los encomendaba a Dios y a su Santísima Madre, y las curaciones no tardaban en realizarse. Era éste el supremo medicamento suyo. ¿Quién puede hacer milagros sino el Señor? ¿Cómo se ha de convencer al Señor que los haga sino postrándose delante de Él y pidiéndoselo con humildad? Era en esto tan solícito F. Martín y era tanta la humildad con que lo pedía, que el Señor le escuchaba siempre. No pedía para sí, sino para el prójimo; no quería nada para su glorificación, sino para la del Señor. Como San Pedro Apóstol, curaba a los enfermos en el nombre de Jesús.

***El segundo procedimiento era era la aplicación de las medicinas usadas ya para las diferentes dolencias. Hemos dicho que Fray Martín era un experto cirujano y un médico de "medicina general". El estudio de las plantas le dio bastante penetración para conocer sus virtudes, que utilizaba dosificadas para los dolientes. El señor había dicho a los hombres: "Respetad al médico a quien Dios os lo dio para la cura de vuestras dolencias." La voz divina estaba aquí hecha realidad en las manos de F. Martín, que encontraba un cierto placer en sorprender los efectos beneficiosos de una nueva receta preparada por él. No hay duda alguna que las plantas guardan secretos curativos desconocidos para nosotros; y que la divina Providencia no ha dejado herida ni mal que no tenga su correspondiente medicina. Ahora nos hemos visto sorprendidos por la penicilina, que en fin de cuentas, no es sino una planta [sic] y no de las más vistosas. ¿Qué secretos no nos descubrirá el tiempo? Hemos torcido el camino buscando en los preparados químicos lo que tenemos a la mano y sin grandes dispendios para obtenerlo, en las plantas. Se ha de volver a ellas porque, además de contener aquellas sustancias curativas más eficaces en la naturaleza, esta misma las ha dosificado de modo que el organismo con facilidad las absorbe, mientras las químicas son de difícil incorporación al organismo, y a veces, perjudiciales para el mismo. F. Martín recogía en los campos flores maduras y hierbas en plena vegetación con las que fabricaba sus drogas y las administraba a los enfermos. ¿Por qué le pedimos a Dios el milagro cuando el milagro lo ha puesto Él mismo en las plantas? Saber escogerlas, prepararlas, administrarlas a los enfermos; eso ha de ser cuidado y trabajo del médico.

***El tercer medio que usaba F. Martín, a petición de los enfermos, era aplicarles su propia mano al sitio del dolor. Las curaciones eran repentinas. Los otros dos medios, sobre todo el segundo, eran más lentos. El contacto de su mano era eficadísimo y la curación instantánea. Jesucristo curaba así a los dolientes. Bastaba con que tocaran su mano para que su virtud curativa saliera de sí y satisficiera la fe de los enfermos. Los cuerpos y reliquias de los santos han poseído esta virtud. Dios se la ha comunicado. En las curaciones usaba F. Martín de medios a todas luces ineficaces para curar, pero que, para satisfacer la fe de los enfermos, se los proporcionaba, sin engaño, como alivio salamente, y surtían sus efectos.

***Decir el número de curaciones realizadas por las oraciones de F. Martín sería nunca acabar. Aun los remedios que a los enfermos administraba, iban precedidos de oraciones fervorosas. Todo lo juzgaba él necesario, dando más valor a la plegaria que a la misma medicina. Había un hombre pobre, enfermo, con las piernas gangrenosas. Su figura era repugnante; el olor que despedía no lo podían tolerar las narices mejor dispuestas y más acostumbradas a estos aromas, y el dolor de las heridas tenía en un grito al infeliz. En estos casos la curación por medio de remedios era lentísima e ineficaz. Fray Martín recurrió a la señal de la Cruz. Levantó su mano, puso los ojos en el cielo y trazó sobre las piernas del canceroso el sagrado signo. Aquella piel rojiza, aquellas llagas purulentas, aquel hedor intolerable, aquellos dolores insufribles desaparecieron como por ensalmo. El enfermo se levantó rápidamente y su alegría no tuvo límites. El nombre de F. Martín corría de boca en boca, y el curado relataba el hecho a cuantos encontraba. Con sus drogas hacía también los milagros. En el mismo convento de Santa María Magdalena de Lima, perteneciente a los dominicos, un joven se había seccionado dos dedos de la mano izquierda con un cuchillo. La sangre corría abundante sin poder restañarla. El joven gritaba de dolor y se retorcía como un energúmeno. Era novicio. Se llamaba F. Luis Gutiérrez. En aquel momento entró por las puertas del convento F. Martín. Dios le guió a aquella casa y a aquella hora. En ella vivía otro santo: Juan Masías, elevado a los altares. Los dos santos se visitaban mutuamente y hablaban de Dios. ¿Fue aquel día el elegido para la visita al santo amigo? F. Martín examinó las heridas del novicio, y le dijo: "No temas, hijo mío; el Señor, que tiene el poder sobre la vida y sobre la muerte, sabrá curar tus heridas; no importa lo graves y peligrosas que ellas sean." Como la sangre continuaba brotando de las mismas, F. Martín acudió a sus frascos, tomó unos polvos, los echó sobre los dedos y aquélla quedó detenida. Dice la leyenda que aquéllos polvos los denominaba "Yerbas de Santa María." Hizo sobre la mano la señal de la Cruz, invocó a la Santísima Trinidad, y F. Luis Gutiérrez se encontró con los dedos perfectos, enteros y sanos.

***El P. Luis de Guadalupe padecía una pulmonía tan recia, que todos en el convento del Rosario rogaban a Dios le concediera una buena muerte. No era él hombre que no reconociera su gravedad y lo inútil de muchos remedios que le habían aplicado, sin resultado satisfactorio. Ante la gravedad del caso, pidió a un Padre que le confesara, teniendo por cierto que pronto había de dar a Dios cuenta de sus pecados e ingratitudes. Hízolo con todo fervor y devoción. Lloraban los Padres y Hermanos. Entró en este momento en su celda F. Martín. Sonreía. Llevaba preparadas algunas medicinas para aplicárselas al P. Luis. Éste, que había visto cómo las anteriores no le habían hecho efecto, dijo al Hermano: "Dejáos a un lado vuestras medicinas y aplicad vuestra mano a mi costado. Siento unos agudísimos dolores." Cedió el Hermano a la súplica del enfermo y llevó su mano al costado, como se lo pedía. "Dios sea loado -exclamó el P. Luis de Guadalupe-; me siento mucho mejor; ya estoy curado." Así fue, en efecto. De todos modos, y ante la realidad del milagro, F. Martín quedó atónito y como avergonzado del prodigio. Mientras salía por la puerta de la celda del P. Luis, iba diciendo a media voz y para sí: "¿Es justo que a un mulato como yo le hagan una travesura semejante?" El P. Pedro Montes de Oca del mismo convento tenía gangrenada una pierna. El médico que le viera diagnosticó [sic] la amputación inmediata del miembro enfermo. El P. Montes de Oca no se resignaba a la amputación, pero comprendía la necesidad de operarse. De todos modos, el humor del Padre no era como para hablarle mucho ni reposadamente. Se quejaba, y con razón, de sus dolores, rayando sus quejas en la impaciencia. F. Martín entró en su cuarto con la serenidad del que siempre es oído por Dios y conoció que no eran dolores los que hablaban por boca del P. Montes de Oca, sino una fiebre altísima que padecía. Deliraba. En medio de su delirio manifestó el deseo de comerse una ensalada. Fue F. Martín a la cocina y se la preparó fresca y tierna. Tomóla el Padre Pedro, bajóle la fiebre, recobró el buen humor y pidió al Hermano que le aplicara su mano a la pierna gangrenosa. No habían pasado algunas semanas cuando el religioso se paseaba por el claustro conventual suelto y ágil dando gracias a Dios por su curación. Al Hermano Martín no sabía cómo agradecerle el beneficio. Le tenía por un bienaventurado y un amigo de Dios. Lo que el hacía no era sino una gracia especialísima de la divina misericordia.

 

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Este artículo ha sido extraído de:
*** García, Antonio, O.P.. (1952): Biografía breve del B. Martín de Porres (Dominico). Ediciones Veritas, Madrid - España. El capítulo, bajo el numeral IX, cursa las pp. 57 - 63 de la citada obra.

* El título entre corchetes [...] es una asignación de U. S. & ITIPCAP por razones de conveniencia.

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