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MINISTERIO DE SANACIÓN
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San Martín de Porras

Fray Martín, el Santo de la Escoba

Los Callahuayas

Autor: Emilio Romero.

*** Martín de Porras adquirió grandes conocimientos de medicina, especialmente de farmacopea, poniéndolos por entero al servicio, no solamente de la comunidad religiosa donde vivía, sino de todo el pueblo de Lima.
*** Sus biógrafos cuentan que desde temprana edad concurrió en calidad de sirviente y ayudante a la botica de don Mateo Pastor, donde aprendió el uso de medicinas, producto de la experiencia popular peruana que se remontaba a la época de los Incas. Se hizo en el arte de la belleza masculina, aprendiendo a ser peluquero, barbero y el oficio anexo de sacamuelas, flebotomista, experto en poner sanguijuelas y hacer sangrías. Es probable, según el expediente de su beatificación, que hubiera practicado con el cirujano Marcelo de Rivera, quien declaró haber conocido a Martín de Porras cuatro años antes de haber profesado.

*** Los conocimientos médicos de Martín de Porras no eran fruto de facultades taumatúrgicas, sino de estudio, dedicación e inteligencia. Al respecto es oportuno recordar los antecedentes de la medicina popular peruana para comprender mejor este aspecto de la vida del santo.

*** Durante la época de los incas, el conocimiento de la naturaleza había alcanzado avanzadas posiciones. No solamente se hizo una racional explotación de todos los recursos económicos de origen animal y vegetal, sino que también se dieron los primeros pasos en la minería, los que no pudieron avanzar más por falta de herramientas de hierro. Pero la metalurgia incaica fue tan avanzada para su tiempo que los españoles por casi cerca de un siglo no conocieron otro tratamiento para reducir la plata en las minas del Perú que el que era utilizado por los incas y que tan admirablemente ha descrito Garcilaso en los "Comentarios Reales". Solamente cuando en una mina de Pachuca, en México, el español Bartolomé Medina descubrió el sistema de amalgama, o sea, el tratamiento de mineral de plata con azogue, fue cuando los españoles abandonaron para siempre el rudimentario sistema de los incas.

*** En cuanto al conocimiento de plantas curativas, tonificantes, venenosas y otras, los incas alcanzaron límites realmente extraordinarios en la observación y en la experiencia curativa. Es ampliamente conocido que en ese camino los Incas llegaron a avanzar hasta tener conocimientos de cirugía, como lo prueban la existencia de numerosos cráneos trepanados y remendados con placas de oro y plata que se pueden admirar en los museos de Magdalena y de Lima, lo que es conocido por todos los hombres de ciencia y gente ilustrada del mundo.

*** Al sobrevenir el impacto de la conquista y de la colonización española, gran parte de esos conocimientos se perdieron. Algunos sabios religiosos españoles, estudiaron y recopilaron ciertos datos, salvando algo para la posteridad, pero siempre desconfiados de que la efectividad del sistema curativo de los incas se relacionara con la idolatría y el paganismo causando daños a la obra misional.

*** Pero los que conservaron con fidelidad tenaz y hasta nuestros días los tesoros de esas conquistas sobre la naturaleza fueron los pobres indios. Hasta ellos no llegaron médicos ni medicinas españolas. La colonización se contentó con traer curas y notarios. Pero los dolores y enfermedades de los indios fueron atendidos, durante los largos siglos coloniales y más de un siglo de vida republicana, por los propios curanderos indígenas, como lo ha demostrado tan bien, entre otros, el eminente hombre de ciencia don Hermilio Valdizán en su obra "La Medicina Popular Peruana".

*** Al fundarse la Ciudad de los Reyes, los españoles tampoco tuvieron médicos o físicos ni estuvieron premunidos de muchas medicinas. Los únicos médicos y medicinas con que contaron los conquistadores y colonizadores fueron de los propios indios, descendientes de incas, con sus yerbas medicinales, menjurjes, matas e infusiones.

*** Una de las características más típicas del mercado de Lima y de todas las ciudades del Perú y Bolivia ha sido la sección dedicada a los productos curativos vegetales. Largas filas de indias vendedoras de remedios, piedras, tierras, polvos, cuernos y demás curativos, rodeadas de taleguillas abiertas, mostrando sus yerbas secas o pregonando sus maravillas por unos centavos.

*** Los propios boticarios habían llegado a admitir muchas de esas yerbas, que vendían en brillantes pomos de porcelana, con el nombre de la planta grabado en primosos colores, rodeado de orlas y sugestivos símbolos. Martín de Porras se familiarizó desde su infancia, en la botic a de Pastor, con el empleo de medicinas indígenas. Desde entonces, como buen pobre y con la vocación de médico que tenía, encontró en el mercado el más importante lugar de la ciudad, después del convento, donde podía pasar horas gratas, viendo, husmeando e informándose de las virtudes de las plantas y de los acontecimientos de la ciudad y del hombre. Es así como Martín de Porras estableció relaciones y conocimientos con los callahuayas, que recorrían todo el territorio del virreynato del Perú y aun más lejos, de acuerdo con sus tradiciones y costumbres. Los callahuayas, herederos de la ciencia y de la experiencia de los incas, nativos de los valles que se extienden a ambos lados de la provincia de Carabaya, en Perú como en la Bolivia actual, han sido los médicos de las clases populares e indígenas, no solamente durante el coloniaje, sino en más de un siglo de nuestra era republicana.

*** Conocedores profundos del mundo vegetal de los valles que desembocan en el amazonas, recogiendo la experiencia de padres a hijos, los famosos curanderos indígenas deben recorrer una vez en su vida el mundo, llevando sus más importantes yerbas en una gran alforja para costearse el viaje y para demostrar luego que han ejercido con éxito su profesión. Es costumbre que dejen una prometida en su recóndita aldea nativa, la cual debe esperarlo durante un año. Y como la leyenda de Penélope, extrañamente coincidente, al regreso debe esperar que sobre las montañas que colindan con su heredad se levante una columna de humo, que sus viejos amigos deben hacer desprender de una pira de leña verde como un anuncio de que su prometida fue fiel y que puede ingresar al pueblo.

*** Los callahuayas han sido los que han conservado todo el arte de curar de los incas y todavía en la actualidad la ciencia no ha logrado verificar sino una muy pequeña parte de las virtudes curativas de yerbas peruanas. El calñlahuaya, cubierto con un poncho de siete colores del arco-iris, provisto de un grueso bastón de rama sin pulir, con la gran alforja colgada de un hombro y su perfil de águila cubierto por un gran sombrero, ha sido y aún es una figura familiar en los campos de Perú y Bolivia.

*** Sería interesante saber cómo vivían en los tiempos de Martín de Porras las gentes de Lima. Conocemos la vida pública de esos tiempos, la vida religiosa, administrativa y política, pero muy poco sabemos de la vida íntima de las gentes de entonces. Posiblemente en el aspecto médico, los criollos y españoles no tenían recursos superiores a los de los indios cuando se enfermaban. Las enfermedades más comunes en la devota ciudad eran el tabardillo, las tercianas, el costado y pulmonía, el cólico miserere, la purgación, el sobreparto, la tisis y la ictericia, nombres distintos de enfermedades distintas y eternas.

*** ¿Cómo se curaban, cómo morían las gentes de la era colonial? No tenía muchos médicos la Ciudad de los Reyes, y los pocos que había solamente estaban al alcance de españoles nobles y adinerados y a costa de honorarios realmente excesivos. En México, Hernán Cortés había rogado al Emperador Carlos V que no diera permiso para ingresar al país de los aztecas a clérigos, licenciados ni médicos, porque creía que ellos iban a arruinar a la gente, ya que los que pasaban a América no eran tan escrupulosos ni tan católicos para atender su misión. Al respecto escribió Motolinía: "En México cuando algún vecino adolece y muere habiendo estado veinte días en cama, para pagar la botica y el médico ha de menester cuanta hacienda tiene, que apenas le queda para el entierro".

*** No podemos hacernos tampoco muchas ilusiones de los conocimientos médicos de esa época, puesto que la propia medicina del mundo entero estaba en pañales. Competía con la medicina la religión, por lo menos en el campo de la esperanza en que los poderes divinos y de los santos cooperaran con protomédicos y físicos en sanar enfermos. Las poblaciones se encontraban inermes ante las grandes epidemias, pestes y todos los males colectivos, exactamente como en la Edad Media de Europa.

*** Cuando conozcamos la historia de la vida familiar durante la colonia, podremos constatar que ninguna persona había más capacitada ni de mayor prestigio ante las gentes, que aquella que estuviera dotada de excepcionales conocimientos médicos, aunque fueran empíricos, y que a la vez tuviera un carácter religioso. Martín de Porras fue ese extraordinario personaje, que podía llevar el remedio en una mano y la cruz en la otra; la fe y la esperanza en los ojos blancos y la gracia de la santidad brillando sobre su frente negra, que resplandecía con una extraña luz.

*** Si a esas extraordinarias circunstancias agregamos que Martín de Porras ejercía su misión médica en forma completamente caritativa, tendremos completo el cuadro justificativo del prestigio inmenso, del éxito, la popularidad de Martín de Porras en su época.

*** Pero Martín de Porras no fue un médico, un religioso y un hombre de bien solamente. Estuvo dotado de cualidades espirituales superiores. Seguramente desde su juventud vió desfilar por la botica a toda la barriada pobre de Malambo; a numerosos lisiados, enfermos y contusos. Muchos de ellos, la mayor parte, no poseían un tostón para pagar la medicina y de ahí nació el primer choque de Martín con la realidad. Tenía que cobrar o negar las medicinas a los pobres. Por eso eligió el camino del convento, porque era el sendero legítimo donde podía ejercer la caridad, el bien desinteresado. Su cerebro, su espíritu, sus conocimientos, no iban a ser instrumento de enriquecimiento de cualquier botica o de algún amo angurriento. Iban a ser instrumento de algo superior, instrumento de la caridad en beneficio de todo un pueblo, no solamente por sus propios designios, sino por mandato de la comunidad dominicana cuya labor por la cultura, la salud y la felicidad de los pueblos, es indiscutible en la historia.

*** La Universidad de Martín de Porras estuvo entre el mercado con sus vendedores de yerbas, el convento con el elevado espíritu de caridad y sus profundos sentimientos religiosos, y el pueblo, cuya observación y por cuyo afecto, Martín llegó a desarrollar sus innatas cualidades intuitivas de clínico, por el acierto que tuvo en conocer enfermedades y, desde luego, aplicar los remedios conocidos. Intuición y acierto que lo llevaban francamente a desahuciar enfermos a primera vista, cuando creía que no tenían curación, ofreciéndoles el alivio de la fe y el consuelo de la amistad y atención.

*** En esa Universidad se doctoró Martín para ejercer su profesión en su pueblo. Su ciencia no estaba en él, sino en Dios. Porque, ¿qué son una yerba, una infusión, una sanguijuela, el vientre de un sapo, para devolver la salud?... Nada más que instrumentos del Señor, como una escoba.

*** De ahí que Martín de Porras se entregaba a la oración con fervor. Cada día oraba cuanto tiempo le permitían sus quehaceres domésticos, para implorar a Dios que sus remedios surtieran efecto. Oraba, se destrozaba los dedos de angustia, se disciplinaba, sintiéndose pecador y criminal y malvado por no poder salvar a un enfermo con sus yerbas. Pero sus yerbas salvaban. Iban acompañadas de oraciones, de actos de fe intensos y formidables, tanto que los propios enfermos se veían arrastrados por esa fuerza espiritual misteriosa. Cada curación significaba un goce supremo de triunfo para Martín de Porras. Sentía la fruición del éxito. Había acertado. Su alma se elevaba, pero muy pronto Martín de Porras se deprimía, bajaba a la tierra. Entonces acudía al martirio y a la disciplina. Creía que estaba empezando a ser poseído por el demonio del orgullo. Se tornaba más humilde que antes; daba gracias a Dios desde lo más hondo de su ser por no haber fracasado y esperaba nuevas muestras del poder de Dios.

*** Y esa práctica suprema era su universidad, su facultad, su curso cotidiano intenso y lleno de pasión cristiana.

*** Maravilloso doctor, médico insigne, sin el cual los pobres negros de Lima, los humildes criollos y también los indios y aun los españoles de las altas esferas sociales de la Ciudad de los Reyes, habrían perdido la fe, la salud y la vida. Cada tipo de santo para cada época. Y el tipo de Martín de Porras lo fue maravillosamente predestinado a su tiempo, a su paisaje y a su pueblo.

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Este artículo ha sido extraído de:
*** Romero, E. (1962): El Santo de la Escoba. Fray Martín de Porras. Ediciones Nazareth, Lima - Perú. El capítulo, bajo el titular "los callahuayas", cursa las pp. 70 - 73 de la citada obra.

Recursos:

Para un mayor acercamiento al tema callahuaya [o callaguaya] puede revisar On-line:
*** Ramo Reyna, Óscar: Farmacopea callaguaya. En: Boletín de la Sociedad Peruana de Medicina Interna - Vol. 9. Nº 2 - 1996.

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