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LAS VISIONES MÍSTICAS
(Reflexiones psiquiátricas a partir de
Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz)


¶Jean Lhermitte

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El éxtasis descrito por Santa Teresa, por Carlos Letourneau.
Voces de la Razón, Voces de la Locura, por Ivan Leudar y Philip Thomas.

Santa Teresa de Avila San Juan de la Cruz
Santa Teresa de Ávila
(1515 - 1582)
San Juan de la Cruz
(1542 - 1591)

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Los mecanismos psicológicos implicados en la manifestación de prodigios místicos quizás obedecen a las mismas leyes que las estudiadas en psicopatología.

Sin embargo difieren en un punto importante: el contexto en que se han verificado y en los resultados.

Los grandes místicos de todas las religiones tienen, entre otras particularidades, una capacidad de trabajo que no encontramos en los hospitales psiquiátricos, aun cuando se trate de místicos puramente contemplativos, como Teresa de Ávila.

¿Son varias las causas que ponen en marcha estos mecanismos, de apariencia análoga a la experimentación científica aunque ésta se lleve a cabo en un terreno necesariamente material?

Algunos místicos, pensamos en principio en Teresa de Ávila, fueron objeto de alucinaciones auditivas, es decir de palabras y de visiones de las que no podían creerse autores.

Desde un punto de vista estrictamente científico, cabe preguntarse en qué se diferencian estos fenómenos de las alucinaciones de los sentidos y de las alucinaciones psíquicas comunes en psicopatología (1).

Tanto en el místico como en el alucinado común, lo que forma el carácter específico del fenómeno es su imprevisibilidad, su manifestación súbita, su despojamiento de toda exterioridad. El sujeto oye y ve a través de un oído y un ojo interior; y tiene la certeza absoluta de que cuanto ve y oye no es su creación personal. Está convencido de que las palabras y las visiones son obra de alguien que no es él mismo (2).

Santa Teresa de Jesús menciona a menudo en sus libros las audiciones o visiones corporales mostrando en qué se diferencian de las "imaginarias" y las "intelectuales". De las primeras tiene poca experiencia, pues nunca oyó ni vio mediante imágenes sensibles, exteriorizadas respecto del cuerpo, es decir espacializadas (3).

Si bien es posible afirmar que las percepciones sin objeto: audiciones, visiones, sensaciones corporales no motivadas, responden exactamente a nuestras alucinaciones auditivas, visuales, somáticas, olfativas, cenestésicas, es mucho más difícil pronunciarse sobre lo que Santa Teresa denomina visiones y audiciones imaginativas o imaginarias.

Las palabras imaginarias no se asemejan a las que parecen llamar en nuestros oídos; no pueden ser confundidas con una sensación, puesto que están desprovistas de sensorialidad o, como se dice actualmente, de estesia. Sin embargo, estas palabras son claramente oídas que acaparan toda la atención; son dominadoras y se las recibe pasivamente.

Gracias a estas características, no podríamos confundirlas con el lenguaje interior que guía la formación normal de las ideas. De este lenguaje, somos los dueños; aquellas palabras, en cambio, no parecen ser obra nuestra. Al menos ésta es la impresión que nos dan: parecen originadas por algo ajeno a nosotros. Para el místico, será Dios o el demonio. No obstante, debemos señalar que el místico no se resuelve a interpretar como tal al fenómeno hasta después de haber luchado y largamente dudado sobre la realidad extrapersonal de esos extraños fenómenos, que hubieran podido ser obra de su inconsciente realizado.

¿Pero basta con que un individuo tenga la convicción profunda, digamos hasta la certeza, de que las palabras que oye en lo íntimo de su espíritu no son pronunciadas por él, para que aceptemos que no se trata de una acción disimulada?

San Juan de la Cruz (4) responde a esta pregunta: "Cuando una mente se concentra en sí misma y se entrega a la contemplación de una verdad, habla de sí consigo misma y se responde como lo hace un hombre al conversar con otro".

Prosiguiendo su análisis, el autor de La Ascensión al Monte Carmelo señala que las "palabras sucesivas", que corresponden a las palabras y las visiones imaginarias, siempre se producen cuando la mente está absorbida en la meditación.

El sujeto cree que no es el autor de las palabras que oye en su interior, sino "que es otra la persona que forma sus razonamientos interiores y que responde o enseña". La mente, prosigue San Juan de la Cruz, tiene mucha razón en pensar esto, ya que razona consigo misma y se responde como si se hallara en otra persona. Aun cuando la que actúa como instrumento es la misma mente, a menudo el Espíritu Santo la ayuda a producir y formar esos pensamientos, esas palabras y esos razonamientos plenos de verdad (5).

Para que no quede ninguna duda, el gran místico insiste:

"El alma que está en este trance nunca podrá convencerse de que esas palabras le llegan de una tercera persona, ya que ignora con cuánta facilidad el entendimiento puede formar por sí mismo palabras sobre los pensamientos y las verdades que le son comunicadas por una tercera persona".

"Yo he conocido una persona que formaba palabras sucesivas. Ahora bien en medio de algunas palabras muy verdaderas y muy sustanciales concernientes al Santísimo Sacramento de la Eucaristía, habían otras que constituían una evidente herejía. Es espantoso lo que ocurre en nuestro tiempo: cualquier alma que ha logrado cuatro maravedíes de meditación y oye algunas palabras en su interior, las bautiza de inmediato como procedentes de Dios... y repite entonces: 'Dios me ha dicho esto. Dios me ha respondido esto otro'. Ahora bien, tal cosa no es cierta... Son almas que se hablan a sí mismas"(6).

Hemos recordado algunos elementos de la doctrina de san Juan de la Cruz para destacar hasta qué punto este doctor de la Iglesia coincide plenamente con las inquietudes de nuestra época, en que la afición por lo maravilloso no ha disminuido: "De lo que acabamos de decir, concluye san Juan, resulta que estas palabras sucesivas (o imaginativas) comunicadas al entendimiento pueden provenir de tres causas: del Espíritu divino que lo mueve o aclara, de la luz natural del entendimiento, o del demonio, que puede hablarle por sugestión".

Lo que hoy en día atribuimos a causas patológicas, mejor estudiadas ahora que en el siglo XVI, encajaría en la segunda de las categorías enunciadas por san Juan de la Cruz: una explicación natural puede o no ser adecuada. El mismo santo lo dice, y esto es también lo que surge de las numerosas observaciones por el R.P. Bruno al hablar de la vida de San Juan de la Cruz.

Las palabras formales y la impresión de presencia

Junto a las palabras sucesivas o imaginarias, se encuentran las palabras formales: "Son como pensamientos comunicados a la mente bajo la apariencia de una respuesta, o aún de otro modo, como si le hablara. A veces, no es más que una frase. Estas palabras instruyen al alma y conversan con ella sin que la mente participe, y todo pasa como si una persona conversase con otra" (7).

Nos aproximamos aquí a ese automatismo mental que analizaremos más adelante. San Juan nos dice también que "el alma no debe hacer caso alguno de las palabras formales; tratarlas como palabras sucesivas... sería exponerse a ser fácilmente engañado por el demonio.

La tercera modalidad de los fenómenos que estudiamos atañe a las palabras o a las visiones intelectuales, es decir sin imágenes, despojadas por completo de todo elemento sensible. Esto ocurre en lo íntimo de un alma, de una manera clara y secreta a la vez.

Las visiones y las palabras "intelectuales" o "intelecciones"(8) están caracterizadas por su indigencia sensorial; llevan a que comprendamos de una manera intuitiva, repentina, inefable, la profundidad de un misterio.

"¿Pero cómo acordarse de esas cosas, se pregunta Santa Teresa, dado que no contienen imagen alguna que las represente y que los poderes del alma no las perciben? Aún otra cosa que no comprendo" (9).

En efecto, esas palabras y visiones intelectuales se oponen violentamente, en apariencia, a las visiones corporales e imaginativas en las cuales las imágenes sustentan la actividad de la mente. En este otro caso, estamos sólo frente a una presencia de algo que influye sobre el pensamiento, lo elimina y, de una manera inefable, le comunica revelaciones que jamás "los poderes del alma" hubieran podido alcanzar solos. No hay duda que estas visiones intelectuales se distinguen, más bien por su modo que por su contenido, de las visiones imaginativas. Sin embargo, nada impide pensar que no haya un abismo infranqueable entre los fenómenos imaginativos y los fenómenos intelectuales. Podemos preguntarnos como lo hace M. Maréchal (10), si ciertas visiones intelectuales, vistas desde afuera, no podrían ser legítimamente atribuidas a un mecanismo alucinatorio.

En realidad, muchos son los matices que tienen en común las visiones intelectuales, desprovistas de imágenes, y las visiones imaginativas, y aún las visiones corporales. Santa Teresa parece decirnos algo semejante cuando escribe: "Me fue dado figurarme cómo todas las cosas se ven en Dios... y sin embargo, no estoy segura de haber visto algo. Empero, debe haber existido la visión de algo puesto que puedo utilizar una comparación. Tal vez no sepa muy bien darme cuenta de esas visiones que me parecen sin imágenes. Puede que en algunas hayan habido realmente imagen, pero los poderes se hallan entonces embelesados y no pueden seguidamente reconstituir lo que el señor les ha mostrado"(11).

Señalemos que en patología mental, se han observado estados de trance en cuyo transcurso la paciente expresa por gestos emociones de importancia, que traslucen sin lugar a dudas un drama interior. Sin embargo, el sujeto no puede describir más tarde la escena que acaba de vivir; lo único que a veces puede decir es que acaba de asistir a una escena aterrorizadora.

"Así, nos explica Santa Teresa, un día de fiesta, del glorioso San Pedro, vi junto a mí, o más bien, sentí a Cristo, pues ver no vi nada, ni con los ojos del cuerpo ni con los del alma; me pareció que estaba muy cerca de mí y que era Él quien me hablaba... Me parecía que andaba a mi lado, pero no veía forma alguna. Porque no era una visión imaginaria. Empero, sentía, de una manera evidente, que estaba a mi derecha y que era testigo de todas mis obras" (12).

Es cierto que hay ocasiones en que uno puede dudar de la visión, pero en este caso no es posible hacerlo, pues "el alma tiene una certeza tal que la duda desaparece" (13).

En realidad, el sentimiento de certidumbre de los místicos no difiere del de los alucinados. ¿Cómo podrían dudar, unos como otros, después de un período en que se sienten indecisos y perturbados, de la naturaleza de un fenómeno que se repite y se demuestra externo a su propia personalidad?

Una señorita muy inteligente y cultivada, ex-secretaria de un importante funcionario de Educación, me contó que, desde hace una veintena de años, la acompaña un jinete que se mantiene siempre a su derecha. Esta aparición tuvo lugar por primera vez, un día en que bajaba por los Campos Elíseos. Este personaje, me dijo, es un hombre muy elegante montado sobre un magnífico caballo. "A menudo no lo distingo nítidamente; es como una sombra que a veces centellea, pero el conjunto es imponente; es algo como una sombra que a veces centellea, pero el conjunto es imponente. Ese jinete no habla jamás". ¿Pero oyó al menos el ruido de los cascos en la calzada?, le pregunto. —"Sí. Un día en que me aproximé demasiado a él, su caballo hizo un movimiento brusco y sus cascos restallaron contra el suelo". Esta señorita, evidentemente dotada de una gran imaginación, no era en absoluto una alienada, a pesar de su alucinación.

En un capítulo anexo a su libro Les Grands Mystiques chrétiens, Henry Delacroix trata de ahondar el concepto de la impresión de presencia en los místicos. El autor afirma que esta impresión se da generalmente en el momento en que la plegaria aparta al sujeto del mundo de la realidad., permitiendo así la dilatación de un conjunto de sentimientos particulares. Cuando es profundo, el recogimiento de la oración generaría cierta aptitud para el automatismo, el cual es principio básico de todos los desdoblamientos.

La afirmación de Delacroix tiene su parte de verdad, pero debemos señalar que esa impresión de presencia se verifica frecuentemente en estados que no corresponden al recogimiento espiritual. Ya hemos dado dos ejemplos de ello. En nuestra opinión, lo que está en la base de esta singular impresión, es el surgimiento de un grupo de emociones que el sujeto toma por el testimonio de una presencia determinada. De manera que la aparición repentina de ciertos sentimientos definidos en la conciencia puede dar lugar, dado que la mente se halla peculiarmente conmovida, a la ilusión de la presencia del ser concernido por dichas emociones.

Un lenguaje inefable

Durante mucho tiempo, las visiones y las audiciones sin imágenes fueron consideradas como la piedra de toque de los fenómenos místicos. Y en efecto, si se suponía que las palabras y visiones imaginativas podían ser la expresión de un proceso psicofisiológico, pues se conocían ejemplos de ello, tal vez no idénticos, pero en todo caso comparables, las creaciones sin imágenes parecían resistir a la crítica, no pudiéndoselas registrar en la psicofisiología. Esta opinión ha perdido mucho de su peso a causa de los estudios más recientes.

Después de Baillager, se ha descubierto la existencia de un fenómeno muy singular que, respecto del sentimiento, afirma la idea de que un lenguaje diferente de un lenguaje interior repercute en la conciencia sin que se logre distinguir claramente sus elementos. Estas comunicaciones intelectuales y afectivas vienen a ser algo imposible de expresar a través de las palabras. En verdad, parece que un alma le habla a otra alma sin que medien verdaderas palabras; y sin embargo el pensamiento "del otro" resulta perfectamente comprendido y se imprime en la memoria.

Comunicaciones análogas se verifican en el medio-sueño de la predormitio y en el sueño en que oímos y comprendemos lo que dice un personaje determinado que está frente a nosotros hablándonos, aunque sus labios no pronuncian palabra alguna. "Durante los sueños más comunes, hemos escrito, es frecuente que creamos conversar con personajes que ya conocemos o a los que nunca hemos encontrado antes: creemos oír su conversación y les respondemos. Pero si analizamos bien el fenómeno, veremos que no se trata de verdaderas imágenes auditivas. Aprehendemos el pensamiento, pero no oímos realmente la voz". Este particular fenómeno es semejante a lo que sucede a ciertas personas, quienes dicen que alguien "les habla por el pensamiento" (14).

Tal como lo expresaron J. Séglas, Marchand y Clerambault, la alucinación psíquica desprovista de todo elemento sensorial no es otra cosa que una "falsa percepción limitada a la inteligencia", "una alucinación abstracta": una falsa alucinación. El paciente cree que se le habla "de pensamiento a pensamiento", "de alma a alma". Bastante diferentes de las alucinaciones verdaderas, es posible llamarlas "alucinaciones aperceptivas".

De todos modos, se las encuadre dentro de una determinada categoría, como proponía Baillager, o sean consideradas falsas alucinaciones o alucinaciones abstractas, como propuso Clerambault, el asunto tiene poca importancia. Lo que sí debe llamar nuestra atención es que ese lenguaje "averbal", esas "comunicaciones de pensamiento a pensamiento", "de alma a alma" se dan también fuera de los estados místicos, donde a menudo tienen un resplandor más vivo.

Lo que acabamos de decir en relación a las "intelecciones" podría aplicarse a las "impresiones". A veces, imprevistas alegrías o repentinas tristezas se apoderan de un individuo, el cual, desconcertado, buscará inútilmente una explicación racional. Dominados por una influencia particular, pueden adjudicar este fenómeno a la acción del demonio o de una causa oculta.

De tal modo, contrariamente a lo que sostuvieron muchos teóricos de la mística, las visiones y las audiciones no deben ser consideradas en su totalidad como el resultado de un proceso extra-natural.

En consecuencia, no es basándonos en los éxtasis, y mucho menos en las visiones, locuciones o imprevisiones involuntarias, como lograremos apreciar lo auténtico de la mística. Esta autenticidad es de un orden infinitamente más elevado. San Juan de la Cruz insistió mucho al respecto: "Así, para llegar a tan perfecta unión con Dios, el alma debe velar y no apegarse a esas visiones imaginarias, formas, representaciones o conocimientos especiales, pues que no son el medio adecuado para alcanzar aquel objetivo; más bien serían un obstáculo... El alma debe mantenerse apartada de todo eso... Así, cuanto más se aplique el alma a permanecer en la noche y respecto de todas las cosas exteriores e interiores que pueden serle comunicadas, más avanzará en la fe y, por consiguiente, en la esperanza y la caridad..."(15)

Y Santa Teresa de Jesús nos dice en Castillo del Alma (16): "Puesto que las visiones y las locuciones pueden ser obra del demonio, o de la enfermedad, es conveniente que desconfiemos de ellas. Creo también que, al principio, lo mejor es combatirlas... Los signos más seguros para reconocer que las palabras vienen de Dios son los siguientes:

El primero y más cierto consiste en la fuerte influencia que ejercen: son a la vez obras y palabras.

El segundo signo consiste en la paz profunda que anega el alma.

El tercero es que esas palabras perduran largo tiempo en la memoria; algunas no se borran jamás. Las de Dios imponen la más honda certidumbre.

Cuando las palabras que oímos son el producto de la imaginación, no revisten ninguno de los signos que acabamos de describir; no confieren ni paz, ni certidumbre, ni gozo interior. Además, no son claras, y se parecen más bien a una cosa semisoñada.

A menudo no pensamos en las cosas que oímos. Esas palabras se hacen oír repentinamente y también en medio de una conversación.

Santa Teresa agrega luego una observación que aclara singularmente nuestro tema: "Muchas veces, ellas (las palabras) son resultado de un pensamiento que pasa raudo o bien que tuvimos antes".

Este juicio de la gran mística tiene un peso considerable. Pero lo que diferencia de la manera más absoluta las visiones y locuciones de los místicos de las alucinaciones patológicas, son los efectos que tienen sobre la conducta. Por lo demás, San Juan de la Cruz llama "sustanciales" a las visiones y locuciones cuya virtud es tan poderosa que da vigor, valentía, claridad y amor. A un alma sumergida en la tristeza o abismada en la desesperanza, Dios le infunde simultáneamente ambas cosas: la visión y la virtud; la visión es un accesorio.

No dudamos, con Santa Teresa y San Juan de la Cruz, que ciertas manifestaciones exteriores impresionantes puedan tener un origen natural y que parezcan divinas al comienzo; pero lo que nos preguntamos es si, fisiológica y psicológicamente, las visiones y las locuciones divinas no son acciones humanas impulsadas por una potencia que está más allá de nosotros y que llamamos Dios. Así, "Dios extraería de la naturaleza el dormir, el sueño y las alucinaciones, para producirlos en nosotros: pero llenos, esta vez, de Sí mismo y de sus designios"(17).

En esta perspectiva, las visiones, locuciones y audiciones no deberían ser tomadas por la expresión de mecanismos sobrenaturales, inconcebibles además para el clínico o el psicofisiólogo, sino por lo que son: la obra de lo sobrenatural en el alma y en el cuerpo de algunos seres privilegiados. No obstante, por grandes que sean los místicos, están hechos de la misma masa que nosotros y sujetos a las afecciones, ya que sus mecanismos cerebrales no difieren en nada de los nuestros. Si son más grandes que nosotros, es porque sus ideas y sus sentimientos son más elevados, porque su conducta les ha conquistado mayores gracias, pero siguen siendo hombres.

Esto nos llevaría a pensar que quizás Dios produzca un milagro perpetuo al crear mecanismos nuevos en determinadas personas, en las cuales, precisamente, existen ya todos los dispositivos necesarios para transmitir a la mente y a la conciencia, las ideas más elevadas infundiéndoles, a la vez, los gozos del éxtasis o del arrobamiento.

"Certificado por Dios, conforme a la fe, certidumbre inmediata, estas premisas crean entre las visiones y sus imitaciones fraudulentas, así como entre las alucinaciones divinas y las alucinaciones mórbidas, un sistema complejo y sutil de diferencias, pero no aportan al creyente la prueba que no pide" (18).

Por lo tanto, el psicofisiólogo puede renunciar a descubrir signos específicos en las manifestaciones que hemos expuesto aquí. En cada una de estas manifestaciones interviene un mismo mecanismo del que sólo se percibe, diverso en sus consecuencias, el principio que les da nacimiento.


Fuente:

Lhermitte, Jean (s/f): "Las Visiones Místicas"
En: Colectivo de Autores (1977): "Los Extrasensoriales.
Los Poderes Desconocidos del Hombre"
.
Ediciones 29. Pp. 272-282.


Notas:

(1) Jean Lhermitte, Les hallucinations, G. Doin, 1951.

(2) Cf. Albert Farges, Les phénomenes mystiques distingués de leurs contrefacons humaines et diaboliques. 2 vol. Lethielleeux, 1923, t. II

(3) En realidad, en dos ocasiones santa Teresa fue objeto de falsas percepciones corporales.

(4) San Juan de la Cruz. La Ascensión al Carmelo. 1:II, ch XXVII, XXVIII, XXIX.

(5) Ibid., 1. II, ch. XXVII.

(6) Ibid.

(7) Ibid.

(8) Intelección: acto por el cual la mente asimila y comprende las cosas.

(9) Santa Teresa: Las Prisiones del alma, V1, chap. IV.

(10) Maréchal, citado por Quercy, Les hallucinations, vol. II, p. 298.

(11) Santa Teresa, Mi vida.

(12) Ibid. nota 5, p. 296.

(13) Ibid.

(14) J. Lhermitte, Les Reves, P.U.F., 1948.

(15) San Juan de la Cruz, La ascensión al Carmelo. I, II, cap. XIV.

(16) Santa Teresa, Sexta Morada. Obras completas. Ed. du Seuil, p. 944 y sig.

(17) R. Quercy, L'hallucination. Philosophes et mystiques, t. II, p. 330.

(18) R. Quercy, op. cit.


Jean Lhermitte

JEAN LHERMITTE
(1877 - 1959)

Neurólogo y neuropsiquiatra francés. Explora, entre otras cosas, el territorio común entre la religión y la medicina, interesándose por los estudios de los fenómenos místicos, la estigmatización y las llamadas posesiones demoníacas. Fue director clínico en la Salpêtrière. Varios síndromes neurológicos llevan su nombre.

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